sábado, 28 de enero de 2012
Canta el poeta
lunes, 9 de enero de 2012
Yo tuyo
jueves, 8 de diciembre de 2011
No hay otra magia
martes, 22 de noviembre de 2011
Desvelado...
martes, 8 de noviembre de 2011
Libre al fin
lunes, 17 de octubre de 2011
En mis silencios...
martes, 27 de septiembre de 2011
¡Muérdeme mentira!
viernes, 12 de agosto de 2011
Recuerdo palpable, promesa cierta...

sábado, 9 de julio de 2011
Bajo un cielo en llamas, sobre tierra hirviente.

Tarde cálida
Mi perro y yo caminamos impunes todas las tardes,
Entre los entes consumidos en la abyección,
Retando esos yoes sonsos que nos ven pasar.
Él con su porte asesino, yo con mi voz amarga.
Un cielo rojo alumbra los caminos urbanitas,
Laberintos macilentos que calamos él y yo,
Matando a todo el que se cruce y se le ocurra mirar.
Él con su mordisco indolente, yo con mis sentencias crudas.
Somos ecos, somos nada, somos muertos,
Somos los anos purulentos del lenguaje,
Somos la vida que se niega…
Con un machete destellante tajaré el dolor,
En cada esquina dejaré pelos, pedazos y sangre,
Y nadie se atreverá a detenerme a pesar de los gritos,
Pues soy intocable, soy el engendro concebido,
Con la mirada ida y mi perro asesino.
A. B. G.
martes, 17 de mayo de 2011
Consideraciones sobre ella y desde ella. Manifestaciones de una sed que nace y muere entre besos.

Ella es una niña.
Ella es una niña juguetona, que se esconde y corre loca por un bosque de concreto, porque el campo ya le aburrió y busca, con sus juegos impúdicos, con su danza invisible, aquellos ojos rojos de pasión y marihuana, aquellos labios siderales que prometan gritarla, aquellos niños perdidos en el bosque, capaces de amar hasta el desquicio, capaces de odiar con fiel certeza, capaces de ser de dejar de ser, formando demoniacas olas en el eco.
La niña gusta de los tambores caóticos que le declaman sus deseos al mar, y le encanta secuestrarse en la mirada sepulcral de un gato sucio. La niña resulta caprichosa en su magnificencia y se jacta de ser gloria entre los placeres, gloria engañosa y traicionera, gloria pertrechada de colmillos de diamante negro y de una deliciosa insolencia que me embriaga y me pierde entre laberintos lenguados, entre notas de piel y sudor, entre mentiras y verdades y juicios y oscuridades y mentiras más excelsas y verdades más toscas y juicios más ciegos y… y me entrego a su juego, gloriosa niña, más juro no decirle de qué forma ha de torturar este cuerpo enamorado, pues son sus caprichos los que me dan la más dulce agonía, son sus risas pícaras las que ofrecen romper mi cuerpo en un concierto de alaridos desgarrados y guerras nonatas.
Ella es la niña más delicada y las más peligrosa, una sabia estratega del duelo y la emboscada, una despiadada asesina de corduras difusas; ella va, por ahí, jugando a la rayuela y a la ruleta rusa, celebrando aquelarres y cocinando fines, viviendo alegre en el pecado con perfecta inocencia, pues sólo conoce de ambrosías y su crimen es impune, pues ella es y no tiene más remedio… ¡Ay! de mí si lo tuviera.
Andrés Bastardo Grenouille
(Capaz de odiar con fiel certeza)