miércoles, 24 de abril de 2013

Otra canción para vos.

MI SED TUYA 



Que dónde están tus mordiscos pregunta mi carne, entre más prontos están, ella más los reclama. Yo soy ansía que sólo tu voracidad embelesa.

Que cuándo será el grito libertario que se pare en tus míos orgasmos, preguntan todos mis pelos erizados en la espera de tu recio amor.

Que venga ya exige mi plexo impetuoso al tuyo, de grácil fiereza. Que venga ya, que se quema y sólo espera su ardor pendenciero para soldarse en un solo sol.

Que te apiades, que seas un buen dios reclama mi boca, y vengas y te derrames todo, todo vos, y le calmes esa sed eterna, esa sed devota.

Ven ya príncipe, Ven a mí, no demores, ven y arrójame a tu alegría, ven y satisfácete con mi hambre, ven a darme cuota de esta deuda que nunca cubrirás.

No alcanzará el tiempo para morir por última vez, pero ven y mátame cuantas veces puedas. Ven y ámame con belleza eterna. Ven y cómeme entero, una y otra vez.


Ámame como lo haces, mi perfecto. Ven y ámame como sólo los dioses pueden hacerlo. Por los siglos de los siglos. Amén.


ANDRÉS GRENOUILLE Del ALQUIMISTA

martes, 19 de marzo de 2013

En el otoño...


Otoño

El dolor se petrifica en las tripas y se le apoda costumbre.
Al placer lo apuñalan las agujas del reloj al son de un torpe tic tac.
Van todos cuál bueyes mugiendo al unísono sobre la acera,
Y esos semáforos de mierda que no paran de ladrar,
Y esos burgueses remilgando, llorando su triste gula.

Hace falta mirar a un lado, hace falta respirar.
Hace falta detenerse a saborear los dientes de la mezquindad.
Hace falta prescindir de sí para poder amar.
Hace falta mirar a los ojos a la muerte y besarla sin más.
Sólo se vive con la herida abierta, hace falta morir para saber volar.
En el otoño engrosan las raíces.

Andrés B. G.

viernes, 15 de febrero de 2013

Un reniego más...

Acotación.



Fui yo quien le arrebató la orquídea de la boca a Satanás.
Fui yo quien hizo sangrar las rosas blancas de Yhvh.
Fui yo el que embelesó a los querubines de los cielos,
De aquellos cielos profundos sin dueño ni ley,
Con juegos y regalos y trampas con sabor a hiel.

Fui yo quien lamió las nubes negras e hizo llover miel,
Quien arañó el sol aquel domingo en la mañana,
Perturbando el eterno sueño de aquél,
El haragán, el inocuo, el que nunca fue ni será.

Soy el hijo de mi padre y de mi madre.
El hermano de mis hermanos.
El tío de mi sobrino.
El amigo de mis amigos.
El perro de mis perros.

Soy aquel hombre de su hombre y de nadie más.
Aquel hombre ajeno, ajeno de sí, de Yhvh, de Satanás, de usted.
¿Me conoce usted?.. Qué va.


ANDRÉS B. GRENOUILLE

domingo, 30 de diciembre de 2012

Aquellos perros no ladrarán nunca más.

Los muertos de mis uñas, las uñas de mis muertos.


Se refugiaban en el taller de papá, la niña tenía los ojos más grandes que he visto ocupar un rostro, al menos uno tan hermoso como el suyo, sus labios eran carnosos y rosados como una promesa, pero tenía miedo... tenía mucho miedo. Y temblaba allí acurrucada; tuve que mentirle, tuve que decirle que estaba seguro de que todo estaría bien.

Ella nunca supo que aunque no estaba temblando, pues mi vil espinazo oxidado no me lo permitía, yo temía aún más que su sacro espíritu de niña bonita. Bien sabía que el mundo se venía abajo; que me hacían falta tiros en el proveedor para tantos perros, esos perros rabiosos que husmeaban excitados afuera de la casa, buscándonos con el hambre de un demonio; que dios había olvidado hace mucho habernos tenido alguna vez como sus hijos. Era Belcebú nuestro único abogado, nuestro único amigo, nuestro único enemigo. Y mis mal expertas manos nuestras únicas herramientas. Supe en ese momento que no era más que un demonio cansado, y que no había una posibilidad otra para ninguno de los que nos escondíamos allí, que la que nos pudiese abrir el filo de mis pesados cuernos, que mi estriado lomo debía resistir por lo menos hasta que el amor nos mostrara las puerta que daba al salón de nuestra caótica paz... o la muerte apresurara el paso y ya los perros de la miseria no ladraran más.

Entonces él prendió un fósforo, y dejó ver su deliciosa y maldita perfección, sonrió mientras el fósforo se consumía entre sus dedos y la niña temerosa se apartó de mí cuando volvió la oscuridad. Él se acercó a mi espalda y me abrazó, me lamió una oreja provocándome una insana erección. Me susurró que no temiera, que él siempre estaría allí, que abandonara a esa mugrosa niñita y saliera sin temor, que yo podría con todos, que sería así... Y de pronto, mi boca se abrió.

-Suéltame, o disparo. De un tiro te dejo tendido. Sabes que sólo yo puedo hacerlo -proferí.

Belcebú tragó su voz, desató el abrazo, me viró y me besó en la boca y sin decir más desapareció.

El abuelo de la niña, un negro ya cano, tan fuerte como canso, me miró desde la puerta del taller con ojos de padre  y dejó escapar un suspiro que mojó su rostro de piedra.

-Apártese señor, ya no cuide más esa puerta, que no hay por qué temer -Le dije mientras ponía mi Glock 17 casi descargada entre sus viejas y sólidas manos de abuelo.

El viejo no dijo nada y seguro de mis palabras se apartó. Fue entonces cuando salí por la puerta maltrecha de tanto arañar de los rabiosos perros, y me entregué a ellos, quienes al verme desnudo, no vistiendo más que mis felices lágrimas y con aquella hermosa negrita de enormes ojos cantando un blues infinito, cogidos los dos de la mano en un nudo indescifrable del que era imposible contar los dedos, se sentaron todos, enamorados, y se pusieron a aullar sin sosiego. Supieron que se trataba del hombre nonato, supieron que no me podrían dañar. Y mamá volvió a sonreír. 

Andrés Grenouillle. 
Hijo de Arturo y Maria Elena.
Padre de Damien. 
Caballero del Alquimista.
Hermano.
Tío. 
Amigo. 
De todos y de nadie. 

domingo, 18 de noviembre de 2012

Y relincho...


El brillo oscuro de tu corcel. 


Ven y cose mis estigmas,
Ven y sálvame de mí.
Ven amor, cubre mis ojos
Del ardor de aquel infierno
Que reclama mi dolor.

Ya me muerdo, mi alquimista.
Ya me arranco el pellejo
Con el vicio de mis dientes…
Estoy enfermo, soy de hiel.
Y es que ése, su dulzor
Es mi sustancia sacra
Es mi brillo infinito
Lo que me hace perfecto
¡Ya cuéceme todo en tu calor!

Un dolor en mi espinazo
Me recuerda que soy diablo
Mas me basta con tus ojos
Con tu aliento, con tu voz,
Con una poca cuota tuya
Para soltar iracundo mi galope,
Y fulja diáfano en el baile de mi crin
El reflejo de la sonrisa de ese dios…

Basta con que me rose tu olor
Para que éste, tu caído, tu oscuro corcel,
Recuerde cómo se toca la lira
Cómo se hace arder el firmamento
Cómo consume la carne el buen fuego
Cómo se vive eterno
Cómo se ama y se es divino.

A veces muero, pero soy tuyo.
Tócame y renaceré.
Ámame, eternízame.
Arrójame a la vida.
Dame de tu magia, mi alquimista.
Y que dios sonría, que sonría.


Tu brioso poeta:
Andrés Grenouille.

jueves, 8 de noviembre de 2012

¡Atención!

                                 Un grito al oído




Idiotas, creyeron haberme tenido.
Pendejos, yo ni siquiera soy mío.
Miserables, yo no soy, yo existo.

Perros sumisos, almas indignas,
Si hacen falta bofetadas, las daré…
Préstenme su inútil atención:

No soy de vuestro dios un hijo fiel.
Ni de ustedes un hermano.
Existo grácil sobre el viento,
Entre la carne, desde la luz…
Y mi libre existencia los maldice

Impune, con el revés de mis manos,
Golpearé a vuestro mesías frente a ustedes,
Frente a sus estúpidas caras;
Y les castraré tanta imbécil carcajada.
Y no harán nada, no podrán.
Nunca pueden con nada…

De vuestra tonta paz seré el verdugo,
El voraz que inocuos todos anhelaban.
Quien dará fin a sus sonrientes agonías.

Traguen mi saliva y quizá sepan,
Quizá así adviertan,
Que los nombres no importan
Que lo que brilla es la existencia
Que estamos y ya
Y nada más… no importa más.

¡Atención, ineptos, atención!
Que un asesino está hablando de amor.

Andrés G. del Alqumista
Tu poeta, tu mancebo.

domingo, 14 de octubre de 2012

Es el designio de dios.


Ya nadie sabe hablar con las manos, ya nadie sabe de magia, ya nadie revive los muertos y los sienta a tomar el té, como lo hacían en el medioevo los más altaneros alquimistas de las noblezas de aquellos tiempos que no temían a dios, ni al diablo. Ya los poetas no saben llorar una alegría, ya no saben sobre mutilar dioses, ni besar ángeles, ni revivir Jehováses y sentarlos a tomar el té, o a regurgitar sus divinidades, o a fumar bazuco hasta que el alcaloide y la impotencia les den razón de sus fútiles ausencias. Ya nadie sabe blasfemar como lo hacían antes, con soltura y fiereza. Ya nadie sabe sobre la belleza de un agravio. Ya nadie sabe escupir al firmamento y dejar el gargajo elevado, flotando, suspendido eternamente sobre los cielos de dios, por los siglos de los siglos. Y algunos tristes baratos creen en sus ridículas miserias saber hacerlo, y se entregan a la fiesta de esputo a saltos atolondrados, y se embarran de flema la frente, el cabello, el pecho, los ojos, e incluso el ardor de sus soles, e hieden a mierda de dios moribundo día y noche, mintiéndose a sí mismos y arrastrando su costal para todos lados. Pobres pendejos.

Y es que aquestos idiotas suelen burlarse de mis alas, alas que el fuego parió, el mismo fuego que parió a Lucifer, amor mío, el mismo que te incinera el deseo incompleta y deliciosamente cuando somos tan hombres y nos amamos a gemidos recios y coitos bravos, y danzamos blasfemos con nuestras divinas virilidades hasta el orgasmo único y sagrado... aquellos deliciosos momentos en cuya ambrosía dios se regocija y muere entre fatales alaridos inundado de placer. Ya nadie sabe enrojecer las mejillas de un hombre desde su propia hombría. Ya nadie sabe de poesía. Ya nadie sabe amar un hombre y revolcar con los gemidos conquistados las nubes de los cielos eternos como la leche del chocolate espeso. Ya nadie sabe comer un culo como te lo como yo, amor mío, sin dejar de ser ese hombre hermoso y atrevido, el hombre perfecto al que dios nuestro padre muerto y revivido le entregó el puñal para encargarle de matar a sus horribles hijos. Ya nadie sabe matar a dios como tú lo sabes, mi príncipe; así, sin advertirlo siquiera, sin pecado, con delicia, con toda la inocencia y magia que él mismo te imprimió aquel día apocalíptico en el que tu madre te dio a luz para mí. Sólo por eso tendré que desposarte, mi mago bello. Porque alquimistas perfectos como tú, para asesinos exquisitos como yo, dios ha olvidado ya cómo fabricar y no cometeré la apostasía de perderte. Yo soy tu hombre porque dios así lo ha querido.

Andrés Grenouille, 
Tu hombre.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Tan sólo pídeme.


Quiero ser ése

Quiero ser la tierra en la que mueras
La boca en la que te viertas
Los ojos que te reflejen
Los hombros que te sostengan
La pluma que te enamore
El cuerpo que te haga arder
La voz que te conmueva
Quien te diga qué esconden las nubes
Quien haga reír a tu hijo.
Quien enjugue tus lágrimas prohibidas,
La prueba de tu libertad,
El guardián de tu hogar…
Aquel hombre tuyo. Sin dios. Sin más.
Tan sólo pídeme, seré eco grácil y sostenido…
De vos yo soy deseo concebido.

Andrés B. G.
(El jardinero de tus girasoles)

viernes, 3 de agosto de 2012

Perro de ceño fruncido


Cuidado. Que no le solace el brillo de mis ojos, que no le enamore mi aullido, que no le silencie mi vicioso susurrar. Yo cuando muerdo no suelto.

Y no es que sea yo una traición sin ojos ni alegrías. La certeza de mi sonrisa la tiene el que la tiene. Este monstruo tiene dueño y a su voz de mago obedece sin reniego. 

Mas no se fíe de la correa que de un jalón ya la rompo, y no le perdono gruñidos a perros de casta sucia como la suya.

Cuidado, pelafustán. Que no le distraiga mi reverencia, ante los indignos sólo me agacho para desnudar el puñal. No me duele dañar.



Andrés Bastardo Grenouille
(El guerrero del Alquimista)

lunes, 18 de junio de 2012

Oración para mi tía Chela



Adiós  

Ahí, tras la sombra de la puerta entreabierta y despintada,
Sentada en un maltrecho asiento de madera y cuero,
Ahí, con sus gruesos lentes y humildes vestiduras,
Esa negra de cabellos plateados,
Tan fuerte, Tan viva,
Recordaba infinitas historias;
Frente a ella yo,
Muy atento la escuchaba y admiraba su rara cabellera,
Como con vida, como ardiente fuego;
Ahí, bajo el aroma del café mi mirada se iba furibunda 
En un intento de penetrar los gruesos vidrios y llegar a sus ojos,
Ojos que el infortunio hace mucho dañó sin remedio.

Esa misma,
Mujer virtuosa,
Tan admirable,
Tan amada,
Ahí estaba,
Ahí indignamente tirada,
Olvidada en una fría camilla,
Padeciendo igual que muchos,
Todos apiñados en la sala maldita de un hospital muerto,
Donde ninguno escapará de perecer,
Donde todos en fallido intento me miran de consuelo,
Y con tétrica e hipócrita sonrisa muestran su dolor,
Colosal, contagioso dolor.

Ahí ella,
Ya no tan fuerte,
Ya no tan viva,
Desorientada pero enterada de lo inminente,
Se entregaba a la inmensa paz de la muerte;
Ella, sin pronunciar palabra me hizo entender su decisión,
Más bien deseo;
Una vez más se me hace tan claro que dios no existe,
Una vez más sé que nada es justo,
Que no tiene por qué serlo.
De pronto un frío puño me atraviesa y roba el aire,
Y las lágrimas caen sin que nada las detenga,
De pronto me siento tan vulnerable,
Tan diminuto e insignificante,
Ahí, una vez más, aborrecí la puta vida,
Fui odio e impotencia,
Fui tristeza y dolor.

Desde la oscura agonía asomaba su mano
Y sus dedos rozaban la tranquilidad que se acercaba,
Como la efímera brisa que cae al sediento moribundo,
Ahí, mi negra querida partía sin vuelta,
Ahí, sus ojos desnudos por fin veo y siento,
Y me dicen adiós.

Andrés Bastardo Grenouille
Tu sobrino