miércoles, 26 de mayo de 2010

¡Maldita sea!


Torpe quejumbroso

Desear la vida ajena es torpe,

Un ejercicio estúpido e impreciso.

Pensar que una vida es cómoda

Es un equívoco inmortal,

Ninguna lo es y nunca será así.


Se trata de una existencia insulsa,

Un lamento con infinitos ecos,

Que rebotan y rebotan, tan sólo rebotan.

Se trata de una pesadilla confusa,

En la que la profesora de ballet

Te ordena que bailes descalzo

Sobre el ferrocarril;

Y te mandas a la danza

A ojos ciegos y manos sueltas,

Roza mi mano con la tuya y sabrás,

Mi piel es tan falaz como cualquiera.

Ahí viene el tren y en él la orquesta

Cuyos músicos son almas en pena

Que tocan sin cesar serenatas de papel.


Las vidas son tan inocuas,

Son como gritos desgarrados

Cuyas ondas de sonido

No se chocan, no se tocan

Y no rompen el silencio vigilante,

El silencio que recoge nuestros pasos

Para comerlos en la cena.


Andrés M. Bastardo


lunes, 3 de mayo de 2010

Perro de pelea (fragmento)


(...) Mamá dice que ya no tengo amigos y que eso le preocupa, que a mis 16 años debería tener muchas novias y no una loca como Angélica, dice que si yo quiero ella puede pagar un psicólogo, que no solo los locos los consultan… eso lo se, lo que ella no ha advertido es que yo necesitaría consultar un psiquiatra y empezar a tragarme desde hoy un tarro de alguna pastilla embrutecedora. Una pastilla podría matar a Felipe, o a mí ¡Maldito estará el mundo si soy yo el muerto! ¡Maldito estaré yo si el muerto es Felipe!

Aunque esos encuentros violentos como el que tuve con el hombre blanquecino y su retriver me ponen los pelos de punta, prefiero estar ahí y no que esté Felipe solo, cuando se escapa y me deja en el cuarto esperando su llegada, siempre tengo mil ideas de cómo lo hará. Son muchas las veces que ha llegado alterado, agitado y con fisuras en la piel, siempre le digo que cuide de nuestra piel, pero el es un perro de pelea y sus cicatrices son trofeos. A veces llega con sangre en las uñas y los ojos inquietos, entonces le quito la ropa, lo baño y calmo sus inquietos ojos posando mis labios en sus parpados hasta que cae dormido y salgo a arreglar sus regueros, pero desde hace un tiempo después de bañarlo prefiero hacerle el amor y luego nos echamos a dormir ebrios de placer, de todos modos lo regueros cada vez son más pequeños. Felipe es el único hombre al que le hago el amor.

Creo que mamá nos conoce distintamente, pero se empeña en decirnos Andrés Felipe y acariciarnos la cabeza al tiempo. Cuando éramos niños una señora amiga de mamá dijo que había conocido a mi papá, yo no pude conocerlo, esta señora me dijo que mi padre había sido un hombre muy malo y que yo era igual a él, dijo que sólo una santa como mi madre podía cuidar de mí sin tener ganas de torcerme el pescuezo; a mí me pareció que la señora estaba loca, o seguramente había sido una amante de papá y sentía odio al verme igual de gallardo que él y bajo el cariño de mamá, pero Felipe se enojó mucho y toda la noche maldijo las paredes, no dejó dormir a nadie. A los pocos días estuvimos Felipe, mamá y yo en el funeral de aquella insolente señora, tenía una extraña expresión dibujada en su cara helada, como una contracción involuntaria, tenía el gesto que ponen los arqueros cuando atrapan un balón disparado a sus caras, la vieja rodó cinco pisos por las escaleras del edifico en donde vivía, pensé que seguro había visto en la caída los escalones dirigiéndose hacia su rostro, aunque la situación había sido todo lo contrario, ella daba cabezazos a los escalones pero los escalones no pueden fruncir el ceño ni tensar los labios, entonces lo hizo ella. Felipe se acercó a la corona de flores que adornaba el frente del ataúd, sacó una cuerda maltrecha del bolsillo y la hundió en las flores con sus dedos de pan, luego me miró, sonrió y me dio un beso en la mejilla, mi madre nos puso contra su cuerpo y nos revolvió la cabeza y dijo: eres el niño de mamá (...).

Bastardo Andrés