jueves, 30 de octubre de 2014

Los límites de la existencia.

Podré ver a través de las hojas de la realidad con ayuda de una cuota de honestidad, y quizá pueda también medir las diferencias entre una orilla y otra de la materia; podré incluso leer en los tiempos aparentemente vacíos los mensajes concretos del deseo, y así afirmaré que soy ágil con los pinceles lenguados de mi perfecta humanidad; entonces no me arrojés tus destinos e innatismos que no mediré el lance que responda a la ofensa.

Podrán mis ojos girar hasta iluminarme las entrañas y retar al asco, y mis pies yacer sobre las llamas eternas de las que advierten los oscuros y florecer entre sonrisas inocentes... Son mi carne y mi voz elementos del amor desde el instante definitivo que me hizo consciente de mi único existir, mas no me expongás los principios de ser flor que yo duermo entre girasoles que desconocen al sol sin renunciar al brillo.


Y si venís a darme muerte, no me des aviso; yo soy experiencia consciente, soy un hecho, una acción que se redefine a cada instante sin dejar de existir, y aquella larga noche en la que los gritos de mil yoes invisibles me privaron del sueño, me trocé con la motosierra de un fatalista y me senté a comerme crudo a fuerza de uña y diente y traté saciar un hambre ajena y en aquella mesa no se sentó ni dios ni ningún otro absoluto en el que me haya podido reflejar; supe entonces que sólo mueren los que conocen otro mundo, yo sólo conozco uno.



Andrés el Bastardo Grenouille

martes, 20 de mayo de 2014

¡Yo no soy poeta!



Yo no soy poeta.
Poetas son los coristas de mi llanto.
Poetas son los ecos de mis gritos.
Poetas son aquellos dioses que se niegan.
Poetas son mis odiados amores.

Yo no soy poeta.
Yo soy un ataúd vacío.
Yo soy el hongo que nace del dolor.
Yo soy la vil carcajada de la muerte.
Esa solemne muerte del hijo de todos y de nadie.
Del sucio ladroncillo de la fe que el hambre parió.
Yo soy la deuda que tantas putas tienen con dios.
Con ellas. Con el óxido de sus horribles vidas.

Yo no soy poeta.
Yo soy el borde de la nada.
Yo soy la pausa anterior al rugido.
Yo soy una herida en el viento que juró el sol nunca sanar.

Yo no soy poeta.
Poeta es quien ríe envuelto en mi desgracia.
Poeta es la luna que me cela.
Poetas son las luces que me acusan.

Yo no soy poeta.
Yo soy un canal hecho de frías piedras.

Poeta es el río amante que me pule, que me hace.

Andrés Bastardo Grenouille.

lunes, 20 de enero de 2014

Orgullosa enfermedad.


Piel

Me deslizo entre sus ropas holgadas y frescas.
Y sobre el repudio saco mi húmeda lengua para pasarla lenta
Sobre aquella piel innombrable que aún huele a leche.

Vibrante mi hambre, al son de los espasmos genitales,
Repasa el cuerpo blando de mi locura.
Recorre el vacío celeste de su aliento incauto.
Estudia las longitudes escasas de su insoluta sexualidad.

Sus rincones apenas agrios guardan toda la verdad
En el óxido liviano de su sudor se mezclan los gemidos de Dios y Satanás.
¡Ah delicia velada! Majestuoso dolor. Infinita agonía. Insurrecta divinidad.

Esperma que brota hacia el cielo voraz.
Bestialidad desnuda, feliz monstruosidad.
Piel que se abre y desaparece entre la huérfana luz.
Insaciable suspiro en la boca del infierno.

Por ilegal la ambrosía no deja de brillar.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Satisfecho.

La vasta nada.





A carcajadas vomito sobre aquellos sedientos
Que mueren tragando la tierra en donde fue promesa un río.
Y me lubrico con el llanto de todos los mancos
Que se arrancaron las piernas para sentarse a esperar.

¿A qué le temen los muertos más que a su propia boca?
¿Con qué se cava una tumba sino con sucia esperanza?
¡¿Qué mierda viste la gente además de sus burdos miedos?!
¡Ay! esos miedos enormes que van a parar al cielo, pues no se ve más allá.

Yo La angustia la como cruda y sin sal,
Desgarrándola con los dedos y masticándola hasta el olvido;
De sobremesa mi propia sangre, y postre de humo grueso...
Ya satisfecho me tiro al suelo, desnudo y descalzo
Y bullo hacia aquel absoluto que parece un cielo.



Andrés Bastardo Grenouille

miércoles, 17 de julio de 2013

Sin nombre.





Heme aquí, solitario en tu absoluta compañía.
Tan doliente en  nuestra diáfana embriaguez,
Tan distante entre mis propios brazos,
Vagando sin cura alguna a lo ancho de tus magnos labios.
Heme aquí siendo tu triste, tu malo.

Te ruego que no niegues mi amor desde mis quejas.
Nací así, enfermo, y mi mano no mide el dolor
Pues yo soy dolor, me hice en él.
Mas no hay dios capaz de evitar que sea uno en tu complejidad.
Ni fuerza alguna que pueda corromper mi perfección en tu reflejo.


Andrés B.G.

domingo, 26 de mayo de 2013

Poesía para internos:



Dos puntos

-Estoy cansado, agotado, muerto en vida… sólo ahí.
Estoy gastado, magullado, herido de muerte, débil, muy débil.
La mezquindad me sonríe y me hace cariños,
Siempre está allí escondida entre las uñas y la carne,
Entre las pestañas, en la comisura de los labios,
En ese dolor que me punza y me punza,
En ese resquemor que siempre atesoro
Como si de algo sirviera, y quizá sirva…
La mezquindad con mezquindad se cura. ¿No?..
Hace varios días que me duele el pecho,
Entre mis costillas se acuna un odio profundo que ya no tiene rostro,
Ya no tiene nombre, ya no tiene un porqué.
Ni siquiera estoy seguro de que sea odio,
Puede ser cáncer, no sé;
Lo que sé es que no me gusta,
No me gusto,
No  me gustan…
¿Qué me pasa doctor?

-No lo sé… no sé qué nos pasa señor.

Andrés B. Grenouille

miércoles, 24 de abril de 2013

Otra canción para vos.

MI SED TUYA 



Que dónde están tus mordiscos pregunta mi carne, entre más prontos están, ella más los reclama. Yo soy ansía que sólo tu voracidad embelesa.

Que cuándo será el grito libertario que se pare en tus míos orgasmos, preguntan todos mis pelos erizados en la espera de tu recio amor.

Que venga ya exige mi plexo impetuoso al tuyo, de grácil fiereza. Que venga ya, que se quema y sólo espera su ardor pendenciero para soldarse en un solo sol.

Que te apiades, que seas un buen dios reclama mi boca, y vengas y te derrames todo, todo vos, y le calmes esa sed eterna, esa sed devota.

Ven ya príncipe, Ven a mí, no demores, ven y arrójame a tu alegría, ven y satisfácete con mi hambre, ven a darme cuota de esta deuda que nunca cubrirás.

No alcanzará el tiempo para morir por última vez, pero ven y mátame cuantas veces puedas. Ven y ámame con belleza eterna. Ven y cómeme entero, una y otra vez.


Ámame como lo haces, mi perfecto. Ven y ámame como sólo los dioses pueden hacerlo. Por los siglos de los siglos. Amén.


ANDRÉS GRENOUILLE Del ALQUIMISTA

martes, 19 de marzo de 2013

En el otoño...


Otoño

El dolor se petrifica en las tripas y se le apoda costumbre.
Al placer lo apuñalan las agujas del reloj al son de un torpe tic tac.
Van todos cuál bueyes mugiendo al unísono sobre la acera,
Y esos semáforos de mierda que no paran de ladrar,
Y esos burgueses remilgando, llorando su triste gula.

Hace falta mirar a un lado, hace falta respirar.
Hace falta detenerse a saborear los dientes de la mezquindad.
Hace falta prescindir de sí para poder amar.
Hace falta mirar a los ojos a la muerte y besarla sin más.
Sólo se vive con la herida abierta, hace falta morir para saber volar.
En el otoño engrosan las raíces.

Andrés B. G.

viernes, 15 de febrero de 2013

Un reniego más...

Acotación.



Fui yo quien le arrebató la orquídea de la boca a Satanás.
Fui yo quien hizo sangrar las rosas blancas de Yhvh.
Fui yo el que embelesó a los querubines de los cielos,
De aquellos cielos profundos sin dueño ni ley,
Con juegos y regalos y trampas con sabor a hiel.

Fui yo quien lamió las nubes negras e hizo llover miel,
Quien arañó el sol aquel domingo en la mañana,
Perturbando el eterno sueño de aquél,
El haragán, el inocuo, el que nunca fue ni será.

Soy el hijo de mi padre y de mi madre.
El hermano de mis hermanos.
El tío de mi sobrino.
El amigo de mis amigos.
El perro de mis perros.

Soy aquel hombre de su hombre y de nadie más.
Aquel hombre ajeno, ajeno de sí, de Yhvh, de Satanás, de usted.
¿Me conoce usted?.. Qué va.


ANDRÉS B. GRENOUILLE

domingo, 30 de diciembre de 2012

Aquellos perros no ladrarán nunca más.

Los muertos de mis uñas, las uñas de mis muertos.


Se refugiaban en el taller de papá, la niña tenía los ojos más grandes que he visto ocupar un rostro, al menos uno tan hermoso como el suyo, sus labios eran carnosos y rosados como una promesa, pero tenía miedo... tenía mucho miedo. Y temblaba allí acurrucada; tuve que mentirle, tuve que decirle que estaba seguro de que todo estaría bien.

Ella nunca supo que aunque no estaba temblando, pues mi vil espinazo oxidado no me lo permitía, yo temía aún más que su sacro espíritu de niña bonita. Bien sabía que el mundo se venía abajo; que me hacían falta tiros en el proveedor para tantos perros, esos perros rabiosos que husmeaban excitados afuera de la casa, buscándonos con el hambre de un demonio; que dios había olvidado hace mucho habernos tenido alguna vez como sus hijos. Era Belcebú nuestro único abogado, nuestro único amigo, nuestro único enemigo. Y mis mal expertas manos nuestras únicas herramientas. Supe en ese momento que no era más que un demonio cansado, y que no había una posibilidad otra para ninguno de los que nos escondíamos allí, que la que nos pudiese abrir el filo de mis pesados cuernos, que mi estriado lomo debía resistir por lo menos hasta que el amor nos mostrara las puerta que daba al salón de nuestra caótica paz... o la muerte apresurara el paso y ya los perros de la miseria no ladraran más.

Entonces él prendió un fósforo, y dejó ver su deliciosa y maldita perfección, sonrió mientras el fósforo se consumía entre sus dedos y la niña temerosa se apartó de mí cuando volvió la oscuridad. Él se acercó a mi espalda y me abrazó, me lamió una oreja provocándome una insana erección. Me susurró que no temiera, que él siempre estaría allí, que abandonara a esa mugrosa niñita y saliera sin temor, que yo podría con todos, que sería así... Y de pronto, mi boca se abrió.

-Suéltame, o disparo. De un tiro te dejo tendido. Sabes que sólo yo puedo hacerlo -proferí.

Belcebú tragó su voz, desató el abrazo, me viró y me besó en la boca y sin decir más desapareció.

El abuelo de la niña, un negro ya cano, tan fuerte como canso, me miró desde la puerta del taller con ojos de padre  y dejó escapar un suspiro que mojó su rostro de piedra.

-Apártese señor, ya no cuide más esa puerta, que no hay por qué temer -Le dije mientras ponía mi Glock 17 casi descargada entre sus viejas y sólidas manos de abuelo.

El viejo no dijo nada y seguro de mis palabras se apartó. Fue entonces cuando salí por la puerta maltrecha de tanto arañar de los rabiosos perros, y me entregué a ellos, quienes al verme desnudo, no vistiendo más que mis felices lágrimas y con aquella hermosa negrita de enormes ojos cantando un blues infinito, cogidos los dos de la mano en un nudo indescifrable del que era imposible contar los dedos, se sentaron todos, enamorados, y se pusieron a aullar sin sosiego. Supieron que se trataba del hombre nonato, supieron que no me podrían dañar. Y mamá volvió a sonreír. 

Andrés Grenouillle. 
Hijo de Arturo y Maria Elena.
Padre de Damien. 
Caballero del Alquimista.
Hermano.
Tío. 
Amigo. 
De todos y de nadie.