domingo, 14 de octubre de 2012

Es el designio de dios.


Ya nadie sabe hablar con las manos, ya nadie sabe de magia, ya nadie revive los muertos y los sienta a tomar el té, como lo hacían en el medioevo los más altaneros alquimistas de las noblezas de aquellos tiempos que no temían a dios, ni al diablo. Ya los poetas no saben llorar una alegría, ya no saben sobre mutilar dioses, ni besar ángeles, ni revivir Jehováses y sentarlos a tomar el té, o a regurgitar sus divinidades, o a fumar bazuco hasta que el alcaloide y la impotencia les den razón de sus fútiles ausencias. Ya nadie sabe blasfemar como lo hacían antes, con soltura y fiereza. Ya nadie sabe sobre la belleza de un agravio. Ya nadie sabe escupir al firmamento y dejar el gargajo elevado, flotando, suspendido eternamente sobre los cielos de dios, por los siglos de los siglos. Y algunos tristes baratos creen en sus ridículas miserias saber hacerlo, y se entregan a la fiesta de esputo a saltos atolondrados, y se embarran de flema la frente, el cabello, el pecho, los ojos, e incluso el ardor de sus soles, e hieden a mierda de dios moribundo día y noche, mintiéndose a sí mismos y arrastrando su costal para todos lados. Pobres pendejos.

Y es que aquestos idiotas suelen burlarse de mis alas, alas que el fuego parió, el mismo fuego que parió a Lucifer, amor mío, el mismo que te incinera el deseo incompleta y deliciosamente cuando somos tan hombres y nos amamos a gemidos recios y coitos bravos, y danzamos blasfemos con nuestras divinas virilidades hasta el orgasmo único y sagrado... aquellos deliciosos momentos en cuya ambrosía dios se regocija y muere entre fatales alaridos inundado de placer. Ya nadie sabe enrojecer las mejillas de un hombre desde su propia hombría. Ya nadie sabe de poesía. Ya nadie sabe amar un hombre y revolcar con los gemidos conquistados las nubes de los cielos eternos como la leche del chocolate espeso. Ya nadie sabe comer un culo como te lo como yo, amor mío, sin dejar de ser ese hombre hermoso y atrevido, el hombre perfecto al que dios nuestro padre muerto y revivido le entregó el puñal para encargarle de matar a sus horribles hijos. Ya nadie sabe matar a dios como tú lo sabes, mi príncipe; así, sin advertirlo siquiera, sin pecado, con delicia, con toda la inocencia y magia que él mismo te imprimió aquel día apocalíptico en el que tu madre te dio a luz para mí. Sólo por eso tendré que desposarte, mi mago bello. Porque alquimistas perfectos como tú, para asesinos exquisitos como yo, dios ha olvidado ya cómo fabricar y no cometeré la apostasía de perderte. Yo soy tu hombre porque dios así lo ha querido.

Andrés Grenouille, 
Tu hombre.