Tarde cálida
Mi perro y yo caminamos impunes todas las tardes,
Entre los entes consumidos en la abyección,
Retando esos yoes sonsos que nos ven pasar.
Él con su porte asesino, yo con mi voz amarga.
Un cielo rojo alumbra los caminos urbanitas,
Laberintos macilentos que calamos él y yo,
Matando a todo el que se cruce y se le ocurra mirar.
Él con su mordisco indolente, yo con mis sentencias crudas.
Somos ecos, somos nada, somos muertos,
Somos los anos purulentos del lenguaje,
Somos la vida que se niega…
Con un machete destellante tajaré el dolor,
En cada esquina dejaré pelos, pedazos y sangre,
Y nadie se atreverá a detenerme a pesar de los gritos,
Pues soy intocable, soy el engendro concebido,
Con la mirada ida y mi perro asesino.
A. B. G.
Pobre perro sin opciones.
ResponderEliminarA falta de opciones luce unos buenos dientes.
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