(...) De inmediato entró a la habitación y detrás de él Jesús,
sorprendiéndolo cuando buscaba un limpiador que pensaba utilizar en el saco.
Cuando el viejo se volteó a mirar a Jesús este sólo vestía su camisilla sin
mangas, pues se había despojado de chaleco y camisa por miedo a mojarlos
mientras limpiaba el saco. Esa imagen de parcial desnudez borró toda
racionalidad presente en la cabeza del anciano, lo excitó a tal forma que se
olvidó del ensayo, de la gente que los esperaban afuera, de su humanidad, del
dios que nunca respetó más que a sí mismo y solo atinó a cerrar la puerta de la
habitación.
-
Pásame eso- dijo el
representante del señor recibiendo el saco de las manos de Jesús-, ven acá.
Dejó el saco sobre una mesita y tomó de la mano a Jesús poniéndolo
en frente suyo mientras se sentaba.
-
Dios tiene una encomienda
para ti.
-
¡Dios!- dijo sorprendido el
inocente Jesús.
-
Si, me dijo que tú eras quién
debía ayudarme en mi labor, serás mi lacayo y ayudarás a hacer posible la
voluntad del Altísimo- decía el viejo en pérfido tono mientras desabrochaba el
cinturón de Jesús.
Al ver al sacerdote meter su mano sudorosa por sus pantalones para
tocarle los genitales, Jesús despertó de su letargo producto de la euforia de
ser un mercenario de su Dios, su gesto cambió y retrocedió unos pasos.
-
¿Qué hace?- preguntó Jesús
confundido.
-
Solo obedece Jesús, aquí ya
no te escuchan respondió el viejo con voz autoritaria, transformado en una
bestia en celo.
Rápidamente lo tomó de las manos tirándolo contra el piso, ya ahí
lo dominó mientras bajaba sus pantalones; Jesús gritó y gritó lo más fuerte que
pudo, pero nadie escuchaba sus lamentos, solo Abel parecía escuchar como por
telepatía pero no decidía ir, pues obedecía las ordenes de don Facundo;
mientras cogía sus manos con la mano izquierda y controlaba el resto del cuerpo
con su peso, el asqueroso pederasta rotó el cuerpecillo débil de Jesús
dejándolo boca abajo y sacó su pene erecto con la mano derecha, sin más, el
terrible enfermo penetró con brutalidad al inocente joven, este dejó escapar un
alarido desgarrador sin utilidad alguna y sobre el piso se acumulaban sus
lagrimas calientes que expresaban su decepción, su desengaño y su dolor. El
sacerdote estaba sordo, nada sería capaz en el momento de hacerlo parar, siguió
penetrándolo con fuerza sin darle importancia a nada más que a su placer,
desgarrando con cada movimiento el ano de Jesús; seguido del escalofriante
concierto de gemidos desafinados y gritos desesperados, el monstruo eyaculó sin
demora por su alto grado de excitación y lo hizo dentro del niño, dando el peor
final, el más humillante para el momento más hiriente que había sufrido el
pequeño en su vida diáfana hasta entonces.
El victimario, ya tranquilo después de ejecutar el abominable
crimen, se quitó de encima de su victima, se acostó a su lado boca arriba para
descansar su fatiga; Jesús inmediatamente le dio la espalda para evitar verlo y
sin dejar de llorar, en su infinita impotencia, se retorcía de la ira y como si
fuese instinto, con mucho dolor por el daño en su recto, recogió sus piernas
hacia el pecho mientras bajaba la cabeza con los ojos cerrados, doblándose cual
nonato, buscando afanosamente el calor seguro de su madre.
Después de unos instantes el viejo se paró del pisó, se acomodó el
pantalón y mientras se colocaba la sotana sin remordimiento alguno decía:
-
Después de que yo salga sales
tú. Ni se te ocurra hablar de esto porque todos se enojaran contigo, incluyendo
a Dios ¡eres un pecador, eres un demonio indigno de la magna presencia del
señor!.. hazme caso, yo soy de Dios su mano en la tierra.
Ya después de haber perdido su inocencia y su
pureza, Jesús perdió su fe, era desde este momento un cuerpo vacío, ya no era
un niño y tampoco un hijo de dios, pues un “hermano” suyo, un viejo pervertido
se había encargado de hacerle ver que estaba solo y a la deriva y que tanto
rezo y tanta devoción no le habían servido de nada en el momento en que, en
mórbida ironía, una autoridad de la fe decidió romperle el culo. (...)
Andrés Bastardo y Ateo Grenouille