Adiós
Ahí, tras la sombra
de la puerta entreabierta y despintada,
Sentada en un
maltrecho asiento de madera y cuero,
Ahí, con sus gruesos
lentes y humildes vestiduras,
Esa negra de
cabellos plateados,
Tan fuerte, Tan viva,
Recordaba infinitas
historias;
Frente a ella yo,
Muy atento la escuchaba
y admiraba su rara cabellera,
Como con vida, como ardiente
fuego;
Ahí, bajo el aroma
del café mi mirada se iba furibunda
En un intento de
penetrar los gruesos vidrios y llegar a sus ojos,
Ojos que el
infortunio hace mucho dañó sin remedio.
Esa misma,
Mujer virtuosa,
Tan admirable,
Tan amada,
Ahí estaba,
Ahí indignamente
tirada,
Olvidada en una fría
camilla,
Padeciendo igual que
muchos,
Todos apiñados en la
sala maldita de un hospital muerto,
Donde ninguno
escapará de perecer,
Donde todos en
fallido intento me miran de consuelo,
Y con tétrica e
hipócrita sonrisa muestran su dolor,
Colosal, contagioso
dolor.
Ahí ella,
Ya no tan fuerte,
Ya no tan viva,
Desorientada pero
enterada de lo inminente,
Se entregaba a la
inmensa paz de la muerte;
Ella, sin pronunciar
palabra me hizo entender su decisión,
Más bien deseo;
Una vez más se me
hace tan claro que dios no existe,
Una vez más sé que
nada es justo,
Que no tiene por qué
serlo.
De pronto un frío
puño me atraviesa y roba el aire,
Y las lágrimas caen
sin que nada las detenga,
De pronto me siento
tan vulnerable,
Tan diminuto e
insignificante,
Ahí, una vez más,
aborrecí la puta vida,
Fui odio e
impotencia,
Fui tristeza y
dolor.
Desde la oscura
agonía asomaba su mano
Y sus dedos rozaban
la tranquilidad que se acercaba,
Como la efímera
brisa que cae al sediento moribundo,
Ahí, mi negra
querida partía sin vuelta,
Ahí, sus ojos
desnudos por fin veo y siento,
Y me dicen adiós.
Andrés Bastardo Grenouille
Tu sobrino