Funeral soñado
No quiero lutos ni lágrimas forzosas
Ni ebrios querendones besando mi cuerpo frío,
No quiero viejas camanduleras ni mariachis malolientes.
Yo no soy cristiano ni hijo de un dios.
Ahí estaré tieso, frente a ustedes
Más mudo que nunca, pudriéndome tranquilamente.
No quiero fiestas ni disparos ni humos,
Y por nada metan mi cadáver a un templo,
A que lo lama la mentira en su última exposición,
No permitan que los travestis de sotana me nombren,
Que callen prudentemente, como lo hace su dios.
No me velen, no me recen por favor,
No me encomienden a nada
Ni me entierren en campo santo.
Era un niño cuando advertí la mugre cósmica
Que cubría mi existencia perfecta,
Fueron años de sangre y restriego
Hasta quedar limpio de trascendencias,
Y así quiero pavonearme, incluso muerto.
No quiero ropas
La piel es hermosa cuando ya no es
No quiero ataúd
Ni una última cárcel aceptaré
No quiero velas
Mis ojos ya no tendrán nada para ver.
Tiren mis restos a los perros de pelea,
Ellos son sabios y sabrán que hacer:
No pagaran arriendo para un muerto,
No conservaran lo que ya no existe,
Y si aúllan nostálgicos, serán breves,
Luego darán lección ética al espectador
Y me engullirán, pedazo a pedazo, sin afán,
Integrándome por última vez
Al caos sublime de mi amor.
Este es el funeral de mis sueños.
Andrés Bastardo Grenouille
Tu funeral soñado demuestra tan solo que tienes la certeza (que comparto) de que el cuerpo es solo una cáscara, carne para los perros. Lo sublime y eterno es el interior, tu alma, que es inmensamente bella.
ResponderEliminarYo también, amigo querido, le escribí a mi muerte. Este es el poema:
Reposo
Cuando me muera, quiero
yacer en la tierra húmeda y fértil.
Que broten raíces de mis manos y de mis pies.
Que los pájaros se posen sobre la cruz de madera.
Que las ánimas dancen conmigo,
en las noches de luna plena.
Cuando me muera, quiero
tener un árbol con frutas nuevas.
Que las rosas y el rocío se enhebren en la hierva.
Que dos amantes se amen sobre mis huesos,
en una tarde cualquiera.
Desde ese día quiero,
que reine sobre mí una gran fiesta.
No quiero llantos,
no quiero penas,
Anhelo tener una tumba viva,
no una tumba con flores muertas.
Any
Ay Andrés, tus palabras son bonitas pero menudo tema tocas! escribir sobre la muerte!, creo que quiénes quedan son los que han de hacer con tus restos lo que consideren más oportuno y les haga la desaparición más llevadera. Dejar tu cuerpo que se pudra y para que se la coman los perros me parece de mal gusto, el hedor sería nauseabundo y los perros no comen carroña, de comerte en caliente sería una mala lección, ya sabes qué dicen: una vez que prueban la sangre cruda atacan para conseguirla nuevamente.
ResponderEliminarAún la de Any me parece más romántica pero insisto...no se puede sembrar a todo el mundo, si estáis muertos ¿qué más os dará a vosotros cómo estáis?
Qué mal cuerpo me dejan estos temas!
No creo en trascendencias, Ana, más que la del lenguaje, el verdadero no-tiempo y ni siquiera esa trascendencia la reclamo como mía, se trata de una identidad incorpórea y universal sobre la que no puedo pervivir, A las palabras yo les pertenezco y no al revés.
ResponderEliminarAina, la muerte es inherente a nosotros, ¿porqué no hablar de ella? Así mismo el hedor, la podredumbre y las mismas nauseas, ¿no es toda percepción una confirmación de la conciencia?.. ¿no es el humano el animal de conciencia más compleja?
ResponderEliminarEs la carne, la existencia tangible la que puedo desde mi reflexión reclamar enteramente mía y ¡cuidado! la ética no siempre prefiere el "buen gusto" la discusión de la bueno y lo malo es posiblemente la más vieja.
No debe de ser nada fácil extirpar toda la parafernalia y ritual que conlleva la muerte. No en estos tiempos.
ResponderEliminarPues nada a dejarlo por escrito.
ResponderEliminarun saludo